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Cerca de Casiopea

Cerca de Casiopea
Ursus Minor

sábado, 2 de abril de 2011

Campo de Batalla

Nace en las ingles un calor callado,
como un rumor de espuma silencioso.

Su dura mimbre el tulipán precioso
dobla sin agua, vivo y agotado.


Crece en la sangre un desasosegado,
urgente pensamiento belicoso.

La exhausta flor perdida en su reposo
rompe su sueño en la raíz mojado.


Salta la tierra y de su entraña pierde
savia, veneno y alameda verde.

Palpita, cruje, azota, empuja, estalla.

La vida hiende vida en plena vida.
Y aunque la muerte gane la partida,
todo es un campo alegre de batalla.


Rafael Alberti

miércoles, 30 de marzo de 2011

La oportunidad perdida

Hace muchos años existió un poderoso imperio, más allá de las costas blancas que se encuentran en el lejano oriente, el reino era regido por un joven príncipe que no había aun adquirido derecho a reclamar el trono, debido a que aún no tenía a su lado alguien a quien desposar, era por supuesto, feliz dentro de su soltería, ya que nada le hacía falta, según su propia percepción, no había conocido aun el amor, por esto era pleno dentro de su ignorancia de la vida, de los grandes cuidados de su pueblo había sacado belleza y porte, y gracia, y de su mente había brotado un fruto no tan digno, la presunción, por lo tanto y basado en su gracia y belleza, pensaba El que sería muy difícil encontrar una mujer que estuviera a la altura de su propia persona para que fuera su esposa.
Pensando en esto se le ocurrió que quien fuera su esposa debía estar dispuesta a cualquier sacrificio por su amor. Así pues, las trompetas de la torre sonaron reuniendo con su clamor al pueblo entero que escucho la voz del Heraldo:
"Por orden de su Amado Príncipe, se hace saber a todo el pueblo que la dignidad de ser la esposa del príncipe y convertirse en Reyna será otorgada a aquella mujer que, después de manifestar su amor, soporte la pena de pasar 30 días y sus noches en el adarve de muralla norte, frente a las habitaciones del príncipe, sin comer bocado alguno y sin dormir. ¡Sea!"
Así pues comenzaron a desfilar ante el príncipe las más hermosas doncellas de la corte, después las nobles hijas de las casas de alcurnia, y por ultimo las hijas de soldados y comerciantes, pero nadie pudo soportar más que algunos días o incluso horas antes de renunciar. Cuando el edicto ya casi había sido olvidado por el pueblo y por el mismo príncipe, se presentó en el adarve norte una mujer con las huellas visibles en sus ropas de un largo viaje,  su cabello desordenado y sus ropas sucias la hacían ver como alguien que había perdido el juicio. Y dijo ante el pueblo con gran voz:
"Amado Príncipe, muy largo y penoso ha sido el camino que me ha traído ante ti, pero vengo dispuesta a demostrarte mi amor por ti, que es la fuerza que me mueve, te he amado desde antes de que el tiempo fuese, no me interesan ni riquezas ni gloria, ni un trono a tu lado, solo quiero la oportunidad de amarte cada día y si Dios y tu así lo quieres, ser correspondida en tu corazón…"
El pueblo entero soltó una sonora rechifla, mezclada con carcajadas, insultos y desprecios, y hasta el mismo príncipe que veía la escena desde su propio balcón, no pudo más que reír, pero en su imperio los edictos eran obedecidos, primero que nada por el príncipe, por lo que se dejó a la extraña mujer comenzar su ayuno. Pronto se olvidó el pueblo de ella, y casi nadie volvió a tener conciencia de la pobre mujer, que firmemente y con tenacidad inexplicables sufría por su amor inalcanzable. Los horas sucedieron a los días y estos a las semanas, y la pobre mujer ya de por si famélica, fue convirtiéndose ya no en una mujer loca, sino más bien en la imagen misma de la desolación y el agotamiento, y el dolor se incrementaba para ella porque el príncipe , cuando volteaba su mirada al adarve en vez de expresar la pena que merece una criatura caída en la desgracia, o siquiera la piedad que merece un acto de tan profunda y manifiesta entrega, en sus ojos solo se reflejaba la confusión de un acto que no tenía sentido para él, a tal grado que se reprochaba a sí mismo el que se le hubiese ocurrido, lo único estable en la escena era la determinación en los ojos de la mujer, aunque su cuerpo sufría arrasado por el hambre, en sus ojos cada vez se veía mayor determinación, y serena seguridad. Al acercarse el día del plazo cumplido, volvió a la mente del pueblo la situación de la pobre mujer, y empezó a ganar la simpatía que solo la mas firme determinación puede conseguir, primero entre los más ancianos y conocedores de la vida, y después de los más jóvenes, que simpatizan con cualquier acto de loco amor apasionado. Y sucedió que el día en que se cumplían los treinta días, todo el pueblo se había congregado en la plaza principal, el príncipe, con sus mejores galas se preparó para recibir a su futura Reyna y se dirigió a ella con estas palabras:
"Mujer, no he conocido tu nombre ni tu origen, pero a lo largo de estos días he visto la sosegada paciencia con que has enfrentado esta terrible prueba, y estoy seguro que eres completamente merecedora de los honores de ser reina de nuestro pueblo y esposa mía, te aguardan la riqueza y el cariño de tu pueblo"
La mujer, que apenas podía sostenerse en pie, y que hasta ese momento había escuchado con la cabeza agachada, levanto la frente por fin, revelando al príncipe sus hermosos ojos negros, profundos, insondables y ante esta visión de ellos toda su belleza se hizo evidente para todos los presentes, la belleza del oro pasado por el fuego y pulido, y un murmullo de asombro recorrió la multitud. Ella, dando un paso al frente clavo sus ojos en el príncipe, que sintió que su mirada le atravesaba el alma. Le dijo después de una breve pausa:
"Príncipe mío, con gusto habría soportado diez veces el tormento del hambre y el sueño, pero tu desdén, el haberme visto padecer por ti sin que una sola vez me miraras ofreciéndome animo o consuelo, tu egoísmo me ha abierto los ojos, porque si una sola vez hubieras pensado en mí mi corazón lo habría sabido y se hubieran abierto para ti las puertas todas de mi alma, no mereces mi amor."
Y con andar pausado y altivo se retiró de la reunión hacia las lejanas montañas, a cultivar su cariño de oro y de fuego, y el príncipe se quedó solo, pues había perdido todas las oportunidades que la vida le había ofrecido para ser feliz.

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